jueves, 23 de julio de 2009

SOS



Cómo decirte que a veces, que de tarde en tarde, que no siempre; me da por fabricar barcos de papel y por inventar historias de náufragos.
Que me da por olvidar las redes en tus aguas; así, como quien no se da cuenta, casi accidentalmente.
Que he llegado a sembrar vocales y consonantes en el vientre de botellas sedientas de vino blanco...
Cómo decirte que a veces, que sólo de tarde en tarde, que no siempre, camino hasta la orilla del mar y esparzo mis letras como quien grita: S.O.S

martes, 21 de julio de 2009

El mar


De acuerdo con la teoría de la evolución de las especies, el origen de los peces antecedió al hombre en casi 500 millones de años. De no haber tenido un ancestro marino, el hombre jamás hubiera…
Amia sonríe, juega a peinarse la impaciencia, y mientras leo, sus ojos son dos anémonas azules que me acechan. Amia es el mar, siempre lo supe. Bastó recargar la cabeza sobre su pecho de tierra para escuchar el infinito ir y venir de las olas que la habitan.
-¿Y tú conociste el mar, Enhalus? –me interrumpe, mientras recarga su cuerpo desnudo junto al mío. Amia tiene la piel color arena que las olas hubieran recorrido con su lengua de espuma.
-Bueno, el mar original, el del planeta Tierra no-, contesto y advierto que mi respuesta la entristece.
Nuestros antepasados abandonaron el Macrosistema Nereida durante le era del Gran Salto y desde entonces nadie ha regresado a ese planeta, pero tenemos el Hiperwww y los holodvd, ¿o no?
-Sí, pero no es lo mismo Enhalus-, replica melancólica.

Observo sus caderas. Sus muslos son dos ríos que brotan desde su entrepierna; desde ese rincón de los inicios en que corales y en ocasiones yo, nos despertamos ante el aviso de un Sol artificial que nos subidse, le pone nombre a nuestros días y los numera.

A veces, cuando Amia se pone así, tan pensativa y taciturna, quisiera revelarle la verdad. Decirle que sí conocí el mar y que también ella.
Explicarle que eso ocurrió hace más de un siglo, cuando sólo un puñado de nosotros abandonamos la Tierra.

Espejo


De noche alguien te busca entre las olas. Entre los moluscos y las diatomeas. Ya sube los escalones del insomnio, ya baja a sumergirse y a perderse. Abre los ojos –su cielo se ha cubierto de espuma-.

Todas las noches hace lo mismo: Sale de su casa, se sienta frente al mar y grita tu nombre. Lo sé porque lo he visto a través de mi ventana.

Ahora fabrica barcos de papel que las olas juegan a llevarse y a desaparecer bajo sus lomos de jade ¿Dónde estarán los barcos que soltamos ayer? ¿En qué lugar se esconde tu pasado?

Siempre es así: el pasado es un verbo que ya no puede conjugarse, marchito, inalcanzable. Cierro la cortina y los ojos. Me vuelvo.
Aquel hombre se ha quedado junto al mar –fiel a su oficio de evocar fantasmas-. Contemplo tu retrato. Pienso en ti.

Salgo de la casa, me siento frente al mar y grito tu nombre. Cubro la playa con navíos frágiles y cuadriculados. “Un día el mar devolverá mis barcos, y con ellos, cada letra de tu nombre y tu sonrisa”

Qué extraño, desde la ventana de mi casa, alguien como yo, me observa.