martes, 21 de julio de 2009

Espejo


De noche alguien te busca entre las olas. Entre los moluscos y las diatomeas. Ya sube los escalones del insomnio, ya baja a sumergirse y a perderse. Abre los ojos –su cielo se ha cubierto de espuma-.

Todas las noches hace lo mismo: Sale de su casa, se sienta frente al mar y grita tu nombre. Lo sé porque lo he visto a través de mi ventana.

Ahora fabrica barcos de papel que las olas juegan a llevarse y a desaparecer bajo sus lomos de jade ¿Dónde estarán los barcos que soltamos ayer? ¿En qué lugar se esconde tu pasado?

Siempre es así: el pasado es un verbo que ya no puede conjugarse, marchito, inalcanzable. Cierro la cortina y los ojos. Me vuelvo.
Aquel hombre se ha quedado junto al mar –fiel a su oficio de evocar fantasmas-. Contemplo tu retrato. Pienso en ti.

Salgo de la casa, me siento frente al mar y grito tu nombre. Cubro la playa con navíos frágiles y cuadriculados. “Un día el mar devolverá mis barcos, y con ellos, cada letra de tu nombre y tu sonrisa”

Qué extraño, desde la ventana de mi casa, alguien como yo, me observa.

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